Thursday, December 03, 2009

 

Jamilti y otras historias de Israel, de Rutu Modan

Para Vered, que me lee a veces

Un terrorista de Hamas y una enfermera judía se besan bajo los escombros de un atentado. Tras el encuentro de esos labios rojos, carmín en los de ella, sangre en los de él, el terrorista expira murmurando “jamilti”.

Para ella es el último beso, el beso del adiós.

Para él, es el primero. Jamilti, hermosa mía en árabe; hermosa mujer que le da la bienvenida al reino de los cielos.

Podría parecer el momento álgido de una historia de amor; y quizá lo sea. Profundo alegato pacifista de Rutu Modan. Intenso, cruel, profundamente bello, Jamilti es el último relato del tomo, Jamilti y otras historias de Israel, que incluye 7 relatos cortos escritos por la dibujante israelí entre 1998 y 2003.

¿Qué puede llevar a Rama, una enfermera judía, a besar a un terrorista? ¿El perdón? ¿La compasión? ¿La venganza? No. El error. La enfermera desconoce la identidad del moribundo, le cree la víctima y se acerca para asistirle en sus últimos segundos de vida. Le mira, le siente y le besa.

Le arropa con un beso compasivo, triste y limpio. Un beso anónimo que despide y que señala todo aquello que ignoran el uno del otro. Un beso errado, disparado al azar a unos labios desconocidos y extraños. Quizás si olvidásemos quienes somos, podríamos amarnos de nuevo.

Bésame aunque no sepas nada de mí; o bésame a pesar de saberlo todo

Bésame aunque no me reconozcas; ámame aunque sea por error

Olvídate de quien soy si hace falta, y encuéntrame de nuevo

¿Acaso no es eso el perdón?

Rama besa a un hombre y, al hacerlo, le devuelve la humanidad que ha perdido. Besa lo bueno que hay en él y olvida sus crímenes. Sin duda es un beso fuera de contexto, en el que la enfermera ignora el desarrollo de los hechos y la autoría del atentado. Ella sólo encuentra un cuerpo en el suelo, agonizante y mutilado. Y le besa. Y precisamente al besarlo, nombra la inocencia que hay en él. Y le besa; como se besa al condenado, como se besa al exiliado, como se besa a la víctima.

El desenlace de Modan es arriesgado, lo sabe. El perdón no se regala sino que se otorga. El perdón restituye la equidad allí donde ha actuado el abuso, siempre que quien haya ofendido implore esta restitución. El perdón es siempre, y sólo, respuesta a un arrepentimiento profundo que se manifiesta en alto. ¿Puede este terrorista ser perdonado? Y ¿merece serlo?

Aquí es donde la autora israelí introduce un matiz relevante: el terrorista suicida se inmola en un atentado en el que él es la única víctima. Y eso le salva; no ante la enfermera sino ante el lector testimonio del relato. Rutu Modan decide que el terrorista no sea verdugo y víctima, sino solo víctima. Víctima de sí mismo, de su odio, de su propia barbarie. Despejada la escena de muertos sólo queda la inmolación, y con ella la posibilidad del perdón.

Porque Modan sabe que los muertos son los únicos que no pueden perdonar.


Comments:
Bienhallado! Se agradece su vuelta!
 
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