Sunday, November 05, 2006

 

La paloma y la jauría, de Simon Hureau

Colombe trabaja en una panadería. Le gusta envolver con delicadeza las napolitanas de chocolate y sonreír a los clientes. Colombe es feliz y sueña con viajar a Almería y ver el mar.

También sueña con el amor y se sonroja al hablar de él.

Su vecino, el joven Edmond, la ama en silencio y le manda dibujos de amor que traza para ella en la soledad de sus noches. La observa furtivamente y la desea con timidez, escondido tras sus gafas redondas.

La paloma y la jauría, maravillosa obra del francés Simon Hureau, podía haber sido la anodina historia de un amor imposible, inconfesado y callado. Una historia como tantas otras, banal, minúscula, insignificante.

Pero Colombe se cruza con Etienne, un crápula obsceno, un seductor aventurero, un ladrón de ilusiones que trastocará su pequeño mundo.

Al estar con Etienne, los ojos enormes de Colombe brillan y su piel se conmueve. Le ama. Para él, sin embargo, Colombe no es más que un número en su agenda infame.

El amor es siempre un accidente. Accidente que irrumpe, sacude, desestabiliza. Nada es igual tras su paso. A veces el amor nos llena. Otras nos vacía.

A veces es tormenta que se convierte en rocío. A veces un desierto en el que sueño contigo.

Colombe sufrirá su primer desengaño amoroso. Sólo un beso puede salvarle la vida; pero ese beso llegará tarde.

Quisiera llorar todas las lágrimas de mi cuerpo, se lamentaba el desventurado Werther.

Colombe, exhausta se retira al lugar que más odia. El espacio insoportable, hediondo, donde vive su familia biológica que la abandonó de niña. Sólo allí, donde la barbarie reina, puede su dolor pasar inadvertido.

Y sólo allí, donde la barbarie reina, puede Colombe renunciar a la vida.

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