Friday, May 16, 2008

 

Erotismo y pornografía en el comic (Primera parte)

En el pasado Salón del Comic de Barcelona tuve la oportunidad de moderar una Mesa redonda que reunió a Melinda Gebbie, Laura Pérez Vernetti e Ismael Ferrer para debatir sobre “La cultura del erotismo”.

El trabajo de preparación del guión me llevó a reflexionar sobre los conceptos de “pornografía”, “erotismo”, “cultura”, “arte”…. En las próximas semanas desarrollaré algunos posts sobre estos temas porque creo que pueden sugerir interesantes debates acerca del comic erótico y pornográfico.

La primera duda que me asaltó fue la de si existe una diferencia esencial entre “pornografía” y “erotismo”. Recuerdo que Picasso afirmaba que no existe diferencia alguna y mantenía que ambos conceptos vienen a nombrar lo mismo.

Yo creo que existen numerosas diferencias. Creo que la mirada erótica difiere profundamente de la mirada pornográfica.

Una primera diferencia vendría dada por el nivel de explicitación del cuerpo desnudo. En este sentido, la diferencia entre lo pornográfico y lo erótico se justifica por el nivel de exposición del cuerpo a la mirada. Mientras que el erotismo insinuaría lo que oculta, el porno muestra incluso aquello que no sugiere.

Diferencia de grado, entonces, que remite a la clasificación tradicional que distingue entre soft core y hard core. Erotismo y pornografía se situarían así en un continuum narrativo lineal en el que ambos conceptos se situarían en los extremos opuestos.

Desde este punto de vista, la diferencia se reduciría a un problema cuantitativo de corte matemático que parece demandar una medida de la pornograficidad, semejante al metro, al kilo o al grado Fahrenheit. Quizá éste último sería el más acertado: grados Fahrenheit que vienen a ilustrar las dilataciones y contracciones que experimenta el mercurio ante el calor.

En el porno asistimos a la máxima dilatación como consecuencia mecánica de la máxima exposición al cuerpo desnudo. Muerte del misterio, del secreto, de la confidencia: el porno se convierte así en el reino del exceso y de la saturación de la mirada

En efecto, el cuerpo pornográfico sucumbe drásticamente ante la voracidad de una mirada que no conoce límites. Aquí reina el detalle, el grano microscópico, la lente que escruta y descompone el cuerpo. Pero la descomposición es profundamente sesgada, incluso instrumental: en el porno sólo se muestra aquello que da placer a la mirada.

Las consecuencias son devastadoras: el matiz, esencia de lo artístico, es desterrado en aras de la replicabilidad. Todo rasgo biográfico, todo elemento personalizador, individual, es barrido: del cuerpo solo queda aquello que es impersonal, anónimo, indiferenciado.

Si en el arte el matiz genera dudas, en el porno encontramos una locuacidad rotunda.

¿Hay algo más similar que dos cuerpos abiertos? ¿Algo más similar que dos jardines de arena donde la erosión, lenta, gradual y caprichosa del viento, ha sido sustituida por el rastrillo igualador del hombre?

En el porno, incluso la voz del cuerpo que goza se silencia y se reduce a gemido hueco, redundantemente amplificado. En el porno, el gemido sólo acompaña los movimientos reiterativos del cuerpo, y anuncia el desenlace previsible de la mecánica corporal.

En el porno, desgraciadamente, no existe un lenguaje de los gemidos.


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